viernes, 28 de mayo de 2010

Dulce naranja

La tímida luz anaranjada de la luna me hacia intuir que no iba a ser una noche como otra cualquiera, esa rutina se iba a romper esa noche.

Era un jueves, un jueves duro, muy duro. No era buen plan salir pero lo necesitaba, necesitaba refrescar mi cabeza y echar los malos pensamientos y las preocupaciones que me acosaban. Cogí el mp4, las llaves, el móvil, la cartera y mi chaqueta. Abrí la puerta de mi portal y no pude evitar encoger los hombros mientras un viento frío abofeteaba mi cara. La noche se avecinaba muy fría. Mi destino era cerca de la playa, sentarme en un banco, y ver el mar y los barcos que se marchaban lejos como mi optimismo.

Me esperaba un camino un tanto largo, mientras yo, andaba cabizbajo, encogido con las manos en los bolsillos de mi chaqueta mientras escuchaba la música de mi mp4. Las calles estaban vacías y oscuras, con la tenue iluminación de las farolas y su mágica luz naranja que hacían juego con la luz lunar de esta noche tan solitaria. Sin darme cuenta entraba por callejones peligrosos, no me daba cuenta hasta que salía de ellos, tenía la cabeza en otro sitio. A medida que me acercaba más a mi destino parecía que empezaba a bajar una densa niebla que hacia la noche mas fría aún.

Llegué, recorrí el largo paseo y me senté en aquel banco. Allí pensé, reflexioné, me lamenté. Saqué la cartera, y la foto que tenía guardada de ella. Su oscuro pelo largo y rizado, cuantas veces habré soñado con enredarme en él. Sus ojos parecían hipnóticos, eran de un color acaramelado, como naranja... haciendo juego con la luz lunar de esta noche. Su cuerpo era pura armonía, con sólo tocarlo podías sentir una dulce melodía. Me quedé mirando la foto como si mirara la luna, algo tan bello, pero inalcanzable. Guardé la foto cuando se me nubló la vista, no pude más. Unos minutos después pasó una persona con algo de prisas, no distinguía quien era. Parecía que lloraba. Iba con una chaqueta que le llegaba a las rodillas de color negra. Me preocupé por ella y le pregunté qué le pasaba. Sin mirarme, se paró. Se giró poco a poco hacia donde estaba yo sentado. Sus ojos lagrimosos se clavaron en los míos, ya la reconocí, mi corazón me dio un vuelco. Rápidamente me levanté a abrazarla. No sabía lo que le pasaba, pero ella me estaba contagiando su llanto.

Un sentimiento nuevo recorrió todo mi cuerpo, y era el valor. La separé un poco con mis manos, y nos quedamos mirando. Entonces junté mis labios con los suyos. Sin temor a que sus labios me rechazaran, y a volver a perder. Ante mi asombro, ella siguió besándome mientras sus manos recorrían toda mi espalda. En ese momento toda mi vida cayó en sus manos, era la mujer de mi vida, o, como vulgarmente se dice, mi media naranja.

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